Ayer tuve uno de esos momentos de duerme-vela en el que la mente despierta caprichosa y comienza a hilar historias. Cogí lápiz y papel, y en la intimidad de las sabanas, medio en penumbras, deje que la mano se deslizase sobre el.
Me niego a no creer en la magia, a no creer en esas pequeñas cosas inexplicables que ocurren todos los días, esas que brillan con luz propia y que nos conmueven. Como cuando te cruzas con alguien en la calle y sin saber como, las miradas se mezclan y una explosión de sentimientos te paraliza, como si una parte perdida de ti caminara con la otra persona, algunos lo llaman flechazo. Esas mascotas que se pierden y atraviesan cientos de kilómetros hasta volver con sus familias.
Se puede encontrar magia en libros: El lobo estepario, Señor de los Anillos, La sombra del viento. En pintura: El Bosco, Klimt… También en películas como Amelie o Fotografiando hadas, película que había visto hace muchísimo tiempo y que no podía encontrar por ningún lado (gracias burrito mágico).
Hay tantos ejemplos, que seguro tendréis alguno en el recuerdo. Historias como cuando suben al tren tres monjes budistas, y algo sutil cambia a tu alrededor, esos hombres que pese a su avanzada edad todavía albergan ojos de niño, con esa paz que desprenden, y esas gracias que les dedicas cuando llega tu parada con la convicción de que en otra vida caminaste y aprendiste junto a ellos.
Pensar que existe la magia, es pensar que no esta todo contado, que hay algo mas grande que nosotros, mas grande que el dinero, que las envidias, que el poder. Algo que solo se puede tocar con la punta de los dedos si eres valiente.
La puedes sentir en la naturaleza, en las ideas ¿que es un orgasmo sino magia?
Algunos os reiréis, pero en mi mundo hay magia… ¿Y en el tuyo?
(Fotografía cedida por Juanma)
